lunes, 22 de agosto de 2016

COLORES DE MI CALLE EN OTOÑO

ROBLE AMERICANO
FRESNOS

CEREZOS




PINTURA, MÁS PINTURA

EN UN CLARO DEL MONTE - acrílico

DETRÁS DE LA MÁSCARA - acrílico





NINGUNA PASIÓN FUE UNA "PASIÓN INÚTIL"
TERCERA ENTREGA

MAESTROS Y ALUMNOS - ALUMNOS Y MAESTROS

“No existe cambio educativo posible que pueda prescindir del aporte de los docentes, pues son ellos –junto con los niños- los reales protagonistas del hecho educativo.
El conocimiento se construye en un proceso dialéctico entre sus dimensiones social e individual; nadie puede aprender por los otros pero tampoco puede aprender sin los otros.
El intercambio de experiencia e información facilita el enriquecimiento de los conocimientos y de la integración grupal. El intercambio e integración se hacen extensibles a las familias. Es importante que la escuela brinde canales de participación en donde los padres puedan incluirse en la comunidad educativa compartiendo la tarea de educar”.


                                                        *

LETICIA COSSETINI  “DEL JUEGO AL ARTE INFANTIL”

“Era una escuela que aspiraba a hacer seres armoniosos, no poetas, ni pintores, ni músicos, ni mimos, no en desmedro del conocimiento y de la realidad, tal como cierta anquilosada pedagogía expresaba en prevención frente a aquel testimonio vital” .

Las hermanas Leticia y Olga Cossetini, docentes santafesinas, junto a un grupo de maestros, soñaron con una escuela distinta “en donde el maestro no se ocupe tanto del horario y del programa, sino que se ocupe de él” (del niño). Se vincularon con muchos docentes, con quienes las unía la pedagogía del “hombre libre”. A Olga Cossetini la recuerda el film de Mario Piaza “La escuela de la señorita Olga”. (fuente: “La educación en nuestras manos” – SUTEBA).

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LUIS IGLESIAS  “DIDÁCTICA DE LA LIBRE EXPRESIÓN

“La vida humana reclama el ejercicio cotidiano de la comunicación escrita –leer y escribir- para comprender y expresar a todos los componentes del conjunto social y en la más variada gama de situaciones”.

Luis F. Iglesias: maestro argentino. su tarea se desarrolló en la escuela rural de Tristán Suárez desde 1938 a 1957. Convencido de que “la pedagogía más profunda no está en los tratados”, trabajó – pudiendo recuperar desde su práctica – importantes conceptos que aportaron al campo de la didáctica. Su obra es reconocida en varios países de América latina. Los libros publicados son “Diario de ruta”, “Didáctica de la libre expresión” y “Viento de estrellas”. (fuente: “La educación en nuestras manos” – SUTEBA).

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BRUNO CIARI –MAESTRO ITALIANO- NUEVAS TÉCNICAS DIDÁCTICAS”

“La iniciativa debe partir del maestro. Es absurdo concebir la llamada “espontaneidad de los alumnos” como un manantial maravilloso de donde tengan que brotar determinados intereses, inquietudes e iniciativas. El maestro puede y debe formular proposiciones y orientar a los niños; lo importante es que la iniciativa del maestro encuentre pronta y no transitoria aceptación por parte de los escolares, y que sea adecuada a las fundamentales necesidades infantiles”

 NINGUNA PASIÓN FUE UNA "PASIÓN INÚTIL"
SEGUNDA ENTREGA 

BERNARD SHAW
“La simple contemplación de las cosas y el maravillarse ante ellas es una parte importante de la educación del niño...”


BACHELLARD
“Para un espíritu científico todo conocimiento es una respuesta a una pregunta. Si no ha habido pregunta, no puede haber conocimiento. Nada viene solo, nada es dado. Todo es construido”.

*

ROSA WEINCHELBAUM DE ZIPEROVICH (Santa Fe 1913 - 1996 ) “LA ENSEÑANZA DE LA MATEMÁTICA EN LA ESCUELA PRIMARIA” SANTA FE – 1956
*Inspectora de enseñanza primaria
“En ese año se inicia en la provincia una experiencia pedagógica en el área de la matemática con el fin de reestructurar y modernizar su enseñanza para lograr mejores resultados en el aprendizaje.
“La falta de un plan integral de educación es, quizás, el único problema sobre el que existe consenso general por parte de todos aquellos que participan de una u otra manera del quehacer educativo.
“Esta carencia exige múltiples y profundas soluciones: por una parte, adaptar los contenidos de la educación a las necesidades y realidad del país; por otra, reestructurar su metodología de acuerdo a las características psicológicas del niño y del adolescente y, finalmente, modernizar la organización escolar en función de los objetivos enunciados. El cambio necesario implica tanto el trabajo de quienes tienen a su cargo el proceso concreto de la enseñanza como de los organismos encargados de la planificación y administración de las escuelas.
“Tal insuficiencia comprende a todas las áreas, en las que se comprueba una insuficiencia básica en cuanto a ubicación espacial, ubicación temporal y juicio de valor.  El niño –frente al mapa- no establece la relación con el espacio representado; levanta planos y no sabe en que escala lo está haciendo, aplica fórmulas sin comprender su sentido y para él, San Martín y Colón eran contemporáneos.
“Por eso, un plan de reestructuración para cambiar el enfoque de la enseñanza de la matemática deberá ir mas allá de ésta. Comprendiendo a todas las disciplinas de enseñanza, pues no se puede hablar de ubicación espacial si no se habla de geografía, del mismo modo que la ubicación temporal lleva a rever la enseñanza de la historia.
“Se trata de la construcción del pensamiento operativo y de la elaboración del pensamiento lógico, comenzando a trabajar a partir de una totalidad que es siempre un conjunto de objetos, de hechos, de recuerdos, para matematizar una situación familiar y que así el niño descubra las relaciones entre los elementos, opere con ellos y construya la operación. Pero la situación global no puede ser una cualquiera ni caprichosamente elegida: tiene que ser familiar para despertar el interés del niño y a la vez, guiada por el maestro para que los conceptos que se pretenden perdurables  puedan construirse a partir de ella.
“La matemática será, entonces, el nexo entre las ciencias al reemplazar la memorización por la elaboración y comprensión del número, las operaciones y las relaciones matemáticas. La abstracción llega a ser el fruto de la enorme cantidad de situaciones en las que el concepto matemático aparece apoyándose sobre la base de sustentación amplia, concreta y totalizadora. Desde el principio, se enseñara a asociar y también a disociar, a sumar, a restar, a multiplicar y dividir concretamente. la presentación de las operaciones inversas deberá ser simultanea, de modo que permita construir la primera estructura de orden y de reciprocidad. la ecuación  aparecerá, así, no como una dificultad sino como resultado de una elaboración previa, de un proceso muy anterior, porque el niño sabe que el número puede asociarse, disociarse, conmutarse
“Lo importante es que las propiedades aprendidas y comprendidas en el nivel inferior se transfieran totalmente elaboradas y como una estructura a los niveles superiores para continuar con la construcción de nuevos sistemas en el amplio universo de los números.
“Ninguna innovación puede llegar a feliz termino si no se cuenta con la colaboración decidida de los maestros, el aporte de los padres y de las instituciones de la comunidad pues la educación es, con toda evidencia, un hecho social y como tal requiere la concurrencia de toda la comunidad dentro de la que se desarrolla y a la cual sirve.”




NINGUNA PASIÓN FUE "UNA PASIÓN INÚTIL"

Allá por los '90, cuando empezó a soplar con fuerza el viento neo liberal, nos juntamos y creamos el INSTITUTO DE ESTUDIOS SOCIALES E INVESTIGACIONES EDUCATIVAS “GENERAL DON JOSÉ FRANCISCO DE SAN MARTÍN” y a mi me había tocado ocuparme de la educación en sus aspectos didáctico-pedagógico. Voy a traer a este blog aquellas incursiones en el pensamiento de educadores que nos marcaron el camino para ser mejores docentes en el aula y también, porque está muy ligado a mí, toda manifestación del arte, en especial la pintura y la literatura.


NOTAS DE LA MEMORIA
  • EN LA EDUCACION




COMENIO “DIDACTICA MAGNA” SIGLO XVI
“No castigue por causa de la enseñanza, si no se aprende no es culpa sino del maestro…”

*

 SIMON RODRIGUEZ – MAESTRO DE SIMON BOLIVAR- 1826:

“PARA ENSEÑAR A PENSAR”
“Hacen pasar al autor por loco. Déjesele trasmitir sus locuras a los padres que están por nacer.
“Se ha de educar a todo el mundo sin distinción de razas ni colores. No nos alucinemos: sin educación popular, no habrá verdadera sociedad.
“Instruir no es educar.
“Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen, y tendrán quien haga.
“Mandar recitar de memoria lo que no se entiende, es hacer papagayos. No se mande, en ningún caso, hacer a un niño nada que no tenga su “porqué” al pie. Acostumbrado el niño a ver siempre la razón respaldando las ordenes que recibe, la echa de menos cuando no la ve, y pregunta por ella diciendo: “¿por qué?”. Enseñen a los niños a ser preguntones para que, pidiendo el porqué de lo que se les manda hacer, se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, ni a la costumbre como los estúpidos.
“En las escuelas deben estudiar juntos los niños y las niñas. Primero, porque así desde niños los hombres aprenden a respetar a las mujeres: y segundo, porque las mujeres aprender a no tener miedo a los hombres. Los varones deben aprender los tres oficios principales: albañilería, carpintería y herrería, porque con tierra, madera y metales se hacen las cosas mas necesarias. Se ha de dar instrucción y oficio a las mujeres, para que no se prostituyan por necesidad, ni hagan del matrimonio una especulación  para asegurar su subsistencia.
“Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra” (DE: “MEMORIAS DEL FUEGO” – EDUARDO GALEANO)

Simón Rodríguez nació en Venezuela en 1771 y murió en 1854. Fue maestro de Simón Bolívar y uno de los ideólogos de la independencia de América. Ejerció la docencia en varios países de Europa, incluyendo Rusia. Ocupó cargos políticos relacionados con la educación y la agricultura. Ya en Bolivia se desempeña también como funcionario pero por desentendimientos con Sucre renuncia y pasa a Chile. Allá trabaja como director de una escuela primaria. Tomando las palabras del escritor argentino Dardo Cúneo “trabajó su proyecto para la fundación de patrias criollas”. (fuente: “La educación en nuestras manos”, SUTEBA)


UNA VENTANA ABIERTA A LA BELLEZA

 DE PINTURA, UN POCO MÁS



FUE EN OTOÑO - acrílico

MÁS ALLÁ, UN CIELO AZUL - acrílico



LOS FRESNOS, TALLER CREATIVO

LOS FRESNOS, TALLER CREATIVO

lunes, 1 de agosto de 2016

GATO


MI GATO, EL QUE SE  LLAMÓ GATO

 “La pucha con el hombre - decía Jacinto Piedra  -, querer ser tantas cosas y nunca es más que cuando tan sólo es él” y hoy me puse a pensar que bien se podría aplicar  el  sentido de esos versos a mi Gato, el mismo  que un buen día de fin de verano de hace ya unos cuantos  años apareció en nuestro patio con la decisión tomada de quedarse a vivir con nosotros.
El era un gato y casi  seguro  no dudaba de su identidad. Sin embargo, a veces creyéndose  un  león  se internaba  en el pastizal serrano que las lluvias tan abundantes de este tiempo hacen crecer sin pausa.
Acechaba a su presa por días y días sin volver a casa. Salíamos a buscarlo pero él tenía un gran talento para permanecer oculto hasta que regresaba pidiendo comida.
Otras veces se veía a  sí mismo como un pandillero  y  cruzaba la calle  "con ese tumbao que tienen los guapos al caminar”, mostrándose orgulloso ante los otros gatos de la cuadra. 
Pero lo más llamativo en él  y lo que lo hacía único, es que  se sabía  parrandero y cantor. Cerca del amanecer se lo escuchaba cantar a voz en cuello mientras regresaba de su  aventura nocturna. Con su canto  invitaba a  las rosas a diseminar su  aroma por todo jardín. Para él,  la vida misma era una canción.  .
Como no le pusimos nombre, tenía libertad para ser lo que quisiera  y, a la vez, ser él mismo cuando le llamábamos Gato: tierno y seductor, osado gozador de instantes, salvaje, apasionado, único.
Se bebió sus siete vidas de un trago. Todavía  extrañamos su presencia efímera provocando aleteos  felices en nuestros corazones cuando su canto mojado de rocío despertaba el aroma de las rosas para evitar que  mueran de espanto la esperanza, la luz y la alegría.


EL JARDÍN DE MI ABUELA  - acrílico sobre madera


CHE JARÝÍ ES MI ABUELA EN GUARANI

Mi abuela nació guaraní pero nunca lo esgrimió como bandera. Ella era guaraní  por su color, por su estatura, por los rasgos de su cara, por la mirada alegre, límpida, directa de sus ojos pardos. También lo era por su amor a la tierra, por estar integrada a la naturaleza en una sosegada armonía y por esa su manera tan singular de comunicarse con las plantas, los cerdos y las ovejas,  las gallinas y el gallo mañoso, los patos y el ganso mal llevado que, junto con las cabras, era el que  menos halagos recibía.
De seguro, gringa no era pero hablaba una castilla atravesada que nos hacía llorar de risa y ella que era tan sabia, lo disfrutaba; pasados los años pudimos entender por qué la abuela no hablaba de su origen, no mencionarlo la protegía. Suficiente con  ser mujer y pobre, le indicaba su sabiduría ancestral. Pertenecer a una etnia originaria era una piedra más en la pesada mochila que ya cargaba.
Para nosotros era la abuela Che – che que en guaraní significa mi y también yo, un sendero amoroso de ida y vuelta por donde paseó nuestra infancia.  Nunca la relacionamos con la Epifanía que había nacido el 6 de enero, día de la fiesta de adoración de los Reyes, de 1901 cuando el siglo XX daba sus primeros pasos vacilantes. Un amanecer caliente, acunado todavía por los estruendos, las lágrimas y las risas que despidieron el año y el siglo viejos, le dio la bienvenida al mundo.
El personaje de mi relato es mi abuela pero hubo un abuelo, figura esencial en la existencia de sus cinco hijos. Él venía del siglo XIX; montado en su  zaino colorado cruzó la frontera norte de su provincia natal y, sin estridencias, se adentró en el quebrachal. Cuando conoció a mi abuela  rumbeaba por La Forestal, acarreando rollizos de quebracho en una chata tirada por bueyes con la miraba fija en el  horizonte. Nada se interponía entre sus ojos y el lejano punto que iluminaba el sol al amanecer o al caer la tarde. Por entonces él no lo sabía, pero mucho tiempo más tarde sería mi abuelo, un hombre al que amé con toda el alma y que me amó y nos amó desde las profundidades de su silencio. Lo sé porque cabalgaba cientos de kilómetros montado en  un zaino doradillo al que llamaba Tostado sólo para vernos.
Mi abuela había nacido sobre la ribera del Paraná pero bien pronto fue a parar a un caserío perdido en el monte chaqueño donde  el viento del norte agrieta la tierra y la piel; reseca la corteza de los árboles y levanta remolinos de polvo que se mete sin piedad en los ojos, en la nariz, en la garganta y ahí vivía con su familia de braceros del algodón. Apenas se levantaba unos palmos del suelo cuando, cubierta la cabeza y el cuerpo para protegerse de los rigores del clima, comenzó a trabajar en los surcos ayudando a los adultos en lo que podía desde que el sol asomaba apenas  hasta que, como un disco rojo fuego, descendía para perderse en el azul que se oscurecía rápidamente.
Eran los tiempos del Centenario de la Patria cuando lo único en verdad democrático era el estado de pobreza de su gente. El granero del mundo enriquecía a una minoría  y lastimaba por igual a la mayoría arrojándola a los brazos de la miseria. .La escuela no existió para mi abuela ni para los otros  niños y ella, que bien pronto comprendió que en este mundo traidor nada es verdad ni es mentira, fortaleció su carácter a fuerza de pura inteligencia natural y se propuso colorear el cristal con que iba a ser mirada porque, como bien lo repitió hasta el final de sus días, todo es según el color del cristal con que  se mira.
Mi abuela era analfabeta pero no ignorante. El que no sabe es como el que no ve, decía y no hubo sacrificio que no estuviera dispuesta a hacer para que sus hijos estudiaran y fue tan firme en su pensamiento que nos convenció para siempre de que  el saber no ocupa lugar. Trabajó toda la vida, aprendió  de la experiencia, nadie como ella para equivocarse y corregir el error; bajaba los santos del cielo renegando contra los hombres abusadores, los patrones explotadores y los comerciantes desvergonzados que robaban en el peso y en el precio. Cuando se promulgó el estatuto del peón, se hizo peronista; no necesito  nada más para pelear por sus derechos, ella sabía que los tenía, sólo le faltaba la herramienta
Nunca dejó de sonreír en más de ochenta años;  ni tan siquiera en la noche en que por fin, después de laborar en su huerta como todos los días, cerró sus ojos. Lo que no aprendió en los libros se lo dictó el corazón. Su capacidad de amar, por sobre cualquier circunstancia de la vida, la llevaba a recoger un niño abandonado o a proteger  una mujer en dificultades, sólo sintiendo... ya tendremos  tiempo de  pensar en lo que puede pasar, decía mientras preparaba una mamadera para el crío o acomodaba un catre para la refugiada.
A su lado, no le temíamos a nada porque también sabía cortar por lo sano y con un “a volar que hay chinches” ubicaba al desubicado. Ella nos enseñó que pertenecemos a este mundo y somos parte de él; que vivir es un regalo maravilloso y hay que abrir los ojos a  la mañana con esperanza y valentía; que confiar en nosotros es la cuestión y que no hay que juzgar a los demás porque del fondo de la olla sólo sabe el cucharón.
La casa de la abuela era de adobe con rincones fresquísimos donde nos ocultábamos durante la siesta para leer historietas; había pilones de revistas  pero mi preferida era Intervalo. También estaba el patio, bajo la parra, que cobijaba nuestros juegos y,  al atardecer, albergaba las historias de duendes voladores y escurridizos que iban y venían entre las hojas en constante movimiento por donde se metía  la indiscreta luz de la luna. Nos gustaba escuchar esos cuentos y nos sobresaltaba  el silbido que atravesaba la oscuridad cuando se invocaba a un ánima  o se escuchaba el lloro .estremecedor de las lloronas.
No todo iba sobre rieles encerados sin tropezones ni  desencuentros en los años en que los primos compartíamos infancia y abuela. Solía arder Troya con más frecuencia de lo que hubiéramos querido pues las hijas  de la abuela, o sea mi madre y sus hermanas, orilleaban dramáticamente el desborde emocional cuando se pasaban las cuentas y con la abuela oficiando de árbitro, el final era corto mano, corto fierro, cada carancho a su rancho y nosotros a esperar el siguiente fin de semana para que nos volviera  el corazón a su lugar porque nos encontraríamos de nuevo en la casa donde nuestra realidad era mágica porque la abuela tenía la virtud de situarnos en un universo hechizado.

lunes, 25 de julio de 2016


MARIPOSA - acrílico

MARIPOSA DEL AIRE
Mariposa del aire,
¡qué hermosa eres!
mariposa del aire,
dorada y verde.
luz de candil,

Mariposa del aire
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
no te quieres parar,
pararte no quieres.
mariposa del aire,
dorada y verde.

Luz de candil,
mariposa del aire,
¡quédate ahí, ahí, ahí!...
¡quédate ahí!
mariposa: ¿estás ahí?

 (Federico García Lorca)

DON EDUARDO,  MI PAPA
I
En nuestra infancia mi papá, que hoy andaría cumpliendo los 92 años,  no se sentaba a leer el diario en el sofá ni fumaba en pipa cuando regresaba de la oficina porque no trabajaba en una oficina y con frecuencia no trabajaba porque mi papá ,como tantos compañeros, parientes, amigos, era un proscripto,  perseguido, despedido, desocupado por sus ideas y por sus rebeldías, así que encontraba el mango de donde  podía para que nosotros sobreviviéramos mientras duraba la malaria.
Nuestra vida era así y, con esa sabiduría que tienen los niños casi desde  la cuna,  fuimos silencio para lo que debíamos callar y, para todo lo demás, juegos, libros, fantasía en ese universo mágico que él se encargó de crearnos. Su alforja estaba siempre  cargada de historias en una mezcla estrafalaria de yasí yateré,  mitos griegos, pombero y, en un jardín embrujado,  hacía convivir una gárgola con un enano de yeso y un pato Donald  de plástico.
A veces trabajaba en la desmotadora de algodón,  a veces, en el molino aceitero o en la fábrica de tanino o tejiendo la palma. Cuando hacía falta, desaparecía por días en las juntadas clandestinas con los compañeros. Entre una cosa y otra, se carteaba con los rosa cruces de México,  nos construyó un caballo de Troya, hacía bailar un palo de escoba en un dedo  y nos leyó la colección completa de Monteiro Lobato.
Llegando agosto, la alegría se hacía esquiva porque le venían a la memoria los días en que  la  llovizna  pertinaz  paralizaba la actividad en el campo y amenazaba con hambre y desolación a las familias de braceros del algodón. Decía mi papá que en la gran crisis, allá por la década infame,  los perros se recostaban contra los carros para ladrar a la luna porque no podían sostenerse sobre sus cuatro patas de puro flacos y hambrientos.
Siempre estaba inquieto, a punto de partir, buscaba algo que intuía más allá del horizonte. Quizás esa fue la razón por la que un par de años  antes del Cordobazo, estábamos viviendo en la ciudad de Formosa.

II

Mi papá carga sus arreos y sale a la belleza del  amanecer de verano en Formosa, en esa hora en que todavía el rocío brilla en el pasto y en las hojas de los árboles. Las calles vacías esperan, también el río mientras acaricia la  arena amarillenta. El  mercado paraguayo despierta y el sol despereza rayos que se caldean de a poco. En la superficie plateada que se mueve apenas, saltan los peces; en la brisa fresca se esparcen aromas de  flores y sabores tempraneros.
Al mediodía, cuando ya el sol calcina la tierra, las calles formoseñas lo ven regresar  cargando en los hombros un tremebundo manguruyú de más de 50 kilos. A la noche, en tiempos de trabajo y  salario escasos,  todo el barrio tiene chupín de pescado en su mesa.
El río y el hombre se brindan generosos y empiezan una relación  que duraría años en buenos términos hasta esa vez en que a mi papá se le reveló el universo nocturno de la selva bañada por el agua que se desliza hasta sus bordes..
Aún después de  tres décadas del suceso, lo contaba como si hubiera ocurrido el día anterior.  Esa noche había ido de pesca con algunos amigos. La luna no tardó en asomar y arrojó puntos de luz a la creciente oscuridad  mientras él sostenía la caña esperando un pique. Estaba solo, sus compañeros se habían ausentado por un rato, dejó vagar la imaginación, entrecerró los ojos para  adivinar las formas y aguzó el oído para distinguir aleteos, chillidos, pisadas, saltos. Por ahí un mirikiná, más allá un murciélago, sapos y ranas croando.
El apacible silencio se pobló de resonancias. Pasó un buen rato y cuando ya estaba casi acostumbrado al sonido de la selva, escuchó un gemido agudo, como el de un cristiano  en su agonía.  ¡Se le pararon los pelos bajo la gorra! Un sudor helado le corrió por la espalda. Estaba petrificado, ni girar la cabeza podía.
Cuando relataba su aventura, pese a todo el tiempo transcurrido, se estremecía sin poder evitarlo. – ¡Qué julepe, Virgen Santa! Ni los gendarmes entrando a la casa con sus armas me asustaron tanto – decía.  ¡Como será que,  mientras unos fueron hasta el fondo, lo enfrenté  al que quedó en la puerta,  pero el  tipo no dijo nada y desvió la vista, como si sintiera vergüenza por lo que le estaban  haciendo a la gente. ¡Ahhh! … Me estaba olvidando. La otra vez que tuve miedo de verdad fue cuando tenía trece o catorce años.
Y dejando de lado su aventura en la selva, se internaba en  medio de la espesura del monte chaco-santafesino aquel día en que mi abuela Polí, su madre, lo  mandó a buscar mercadería al pueblo. Tenía que regresar antes de la caída del sol.  Con la promesa de volver temprano, montó en su Morito, al galope recorrió las cinco leguas  hasta el pueblo, hizo la compra y perdió la noción del tiempo. Anochecía al ingresar  a la picada que terminaba en su rancho. 
-       Casi se me salió el corazón  por la boca cuando  ví esa luz inmensa, amarilla,  titilando en el tronco de un árbol – decía - . Le pegué tal tirón a las riendas que el Morito se plantó y por poco me larga hacia adelante. ¡Santa Madre de Dios, la luz mala!.
-      No  había mucho para hacer,  la luz estaba brillando ahí: o seguía andando o me quedaba en el  camino a pasar la noche, solo en plena oscuridad.  Así que sin pensarlo dos veces, espoleé al Morito y, al galope,  le hice frente  al millón de bichitos de luz  pegados al tronco. Llegué al rancho, medio mal muerto del susto. La abuela Polí me estaba esperando y fue peor.
     Siempre se reía cuando contaba esa anécdota. A mi papá le encantaban las historias que lo tenían  como  protagonista temeroso  o ridículo.
-       Se puso la burra que no es de andar, decía, retomando el relato inconcluso. La selva es espesa, uno se mueve  a los tumbos mientras miles de ojitos  te  miran con fijeza y el gemido se escucha cada vez más fuerte. ¡Cristo santo, está cerca!, ¿qué será eso? No atinaba a nada, no me podía mover y la luna, como si lo hiciera adrede,  no hacía más que aumentar el espanto con su luz espectral. 
El corazón ya le zapateaba en la garganta cuando llegaron los otros y, linternas en manos, salieron a buscar al fantasma gemidor. Más  hubiera valido que fueran apariciones del otro mundo y no  los tremendos yacarés que los miraban con sus  ojos brillando como diamantes en la oscuridad y lanzando al espacio sus horribles lamentos.
La noche perdió su encanto y  la armoniosa relación que mi papá tuvo por años con el río se rompió en la selva .

III 
Toda la vida de mi papá fue animada por una convicción libertaria imbatible. Nada lo indignaba más que la  injusticia porque había sido víctima de ella y, como a Sarmiento, una mentira lo indigestaba más que un pepino.  Nació y murió peronista;  decía que nació ciudadano el día que el General,  al promulgar el estatuto del peón rural, lo rescató de su situación de semi esclavitud, devolviéndole la dignidad de ser una persona con derechos.
Hacía gala de  una inventiva desbocada que lo acompañó hasta el final de sus días,  hace una década cuando partió apurando el último trago,. Fue  capaz de emprender vuelos mayestáticos elevándose por encima de sus propias miserias y por sobre la canalla que pulula haciendo miserable la vida de la gente pero,  también, podía  adentrarse en los interiores misteriosos para imaginarse a cientos de enanitos moviéndose en el cuerpo humano, cumpliendo diferentes funciones, trabajando sin descanso para que nada falle a lo largo de la vida. .
Mi papá amaba los domingos y los asados, a Horacio Guarany,  el chamamé y a  Jorge Cafrune cantando El Orejano. Los pisos de su casa surgieron de sus manos siguiendo los mandatos de la estética de Gaudí y  cuando entrabas a su patio,  te recibían la cadencia de la música y el aroma dulzón de las glicinas.

 
LA NOCHE DE LA SELVA TIENE OJOS - acuarela y fibra


LOS DUENDES JUEGAN EN UN CLARO DEL BOSQUE - acrílico sobre madera

ODA AL AROMO (fragmento) 
  Vapor o niebla o nube me rodeaban. Iba por San Jerónimo hacia el puerto casi dormido, cuando desde el invierno una montaña de luz amarilla, una torre florida salió al camino y todo se llenó de perfume. Era un aromo. Aromo, sol terrestre, explosión del perfume, cascada, catarata, cabellera de todo el amarillo derramado en una sola ola de follaje. Torre de la luz fragante, previa fogata de la primavera. Queremos por un instante hundir los ojos, la camisa, el corazón, el pelo en tu temblor fragante, en tu copa amarilla, hasta ser sólo aroma en tu planeta.

domingo, 24 de julio de 2016

SI VA A SER PARA VOS…
1
Esa espléndida mañana de fines de septiembre, mientras se preparaba para ir al trabajo, Helena se acordó de la famosa frase de la abuela: “si va a ser para vos, de Europa viene”. Sonaba como un buen augurio que aplacaba las ansias de las casaderas,  pero la abuela profetizaba con total seguridad porque había visto mucho en el transcurrir de las historias del pueblo al que  había arribado junto con el siglo. .
Helena salió a la calle y se llenó los pulmones con el aire perfumado de la primavera recién comenzada. Muy cerca, un inusual movimiento se advertía en el pueblo casi siempre adormecido a esa hora; la locomotora resoplaba exhalando  vapor.  El contingente de inmigrantes con destino a las colonias para trabajar en las chacras de  algodón había llegado..
Siguió su camino aunque le hubiera gustado desviarse hacia la estación para ver a los viajeros que seguro bajaban despacio, uno a uno, buscando con la mirada alguna cara familiar y agudizando el oído para escuchar un acento conocido, mientras los colonos esperaban ansiosos y los caballos, atados a los carros, resollaban su aburrimiento. Era una escena repetida una y otra vez, las voces se alzaban en una confusa mezcla de castellano y  gringo  de origen diverso, las caras curtidas por el sol y las arrugas profundas rodeando  los ojos delataban a hombres acostumbrados a las fatigas del trabajo duro en una tierra dura. 
El pueblo se conmocionaba por un rato con cada llegada, los comentarios duraban unos días y después a seguir como siempre sólo que esta vez la noticia era que la guerra, por fin,  había terminado.
Unas cuadras más adelante, frente a la plaza, el  hotel “Bulgaria” abría sus puertas y al rato nomás, Helena estaba  instalada detrás del mostrador de recepción dispuesta a comenzar con su tarea. Un aleteo ilusionado le estremecía la piel, “hoy tiene que ser el día” soñaba pero el día pasó como cualquier otro, sin novedad ni agitación porque el hombre que había decidido que no estaba dispuesto a terminar sus días en una chacra se alejó del estrépito de la actividad en la estación, dobló en una esquina y desapareció.
Era un hombre joven, casi un muchacho, muy rubio, muy alto. Anduvo con prisa, hasta que alcanzó una calle bastante alejada del centro y se detuvo. El viento del norte soplaba con ganas y levantaba  una espesa polvareda sobre ese pueblo sosegado y caliente aún en primavera. Con movimientos nerviosos, metió la mano en el bolsillo de su camisa y sacó un arrugado paquete de cigarrillos. Encendió uno y miró a su alrededor. Todo era desconocido, las casas, las plantas, la tierra… el cielo. Terminó de fumar, deshizo la colilla con la punta de su zapato y reanudó la caminata. Marchó sin rumbo y sin tiempo. La actividad del pueblo comenzaba a decrecer de a poco y el calor se hacía más intenso a medida que el sol avanzaba hacia el mediodía,
Después de desandar algunas cuadras el hombre llegó a la plaza y estuvo largo rato sentado con la frente entre las manos hasta que la tibieza del sol lo ayudó a calmarse un poco,  pudo ordenar sus pensamientos y contemplar fascinado las grandes espinas del abultado vientre de un palo borracho.  Hizo un esfuerzo para recordar las palabras en castellano que había aprendido, sabía que lo iban a ayudar en esta nueva tierra. Tenía hambre.  Revolvió dentro de su bolso, Encontró un resto de pan y fiambre envueltos en papel grasiento. Empezó a masticar sin ganas. La serie de dificultades que debía superar era interminable,   una buena razón para arrepentirse de escapar de la estación y para abrigar la esperanza de que lo estuvieran buscando pero ¿quién se preocuparía por la ausencia de alguien a quien no conocían? O tal vez sí lo buscarían… era él quien no quería ser encontrado. No deseaba ir al campo, ni a vivir ni a trabajar.
La siesta del pueblo estaba en su apogeo. Las palomas torcazas dejaban oír su canto lánguido y hacía largo rato ya que la gente había huido de  ese sol insolente para encerrarse en la frescura de sus casas.
Se  levantó y caminó  hacia el “Bulgaria”. En la recepción lo atendió el patrón del hotel, un búlgaro bien acriollado, a quien  chapurreó su pedido de alojamiento. El patrón lo acomodó enseguida; se dio cuenta de que estaba cansado y, también, muy asustado. Hablaría con él más tarde y vería de darle una mano.
Helena  ya no estaba para conocer al hombre que venía de Europa.

2

El hombre andaba corto de plata, así que a la mañana siguiente el dueño del hotel lo ubicó en  una pequeña vivienda algo alejada del centro, deshabitada hasta entonces. La torpeza de su castellano le dificultó la comunicación con los vecinos que  rondaban tratando de saciar su curiosidad sin nada de éxito. En los días siguientes tuvieron que conformarse con verlo pasear solitario y silencioso al atardecer por los senderos polvorientos con la mirada altiva y lejana. Lo apodaron “Alemán” con naturalidad y hasta con cariño porque en este pueblo a nadie le importaba mucho el país de origen ni de qué lado del conflicto estuvo cada quien y porque era más fácil llamarlo así que por ese nombre impronunciable que  lo hacía más ajeno todavía.
La necesidad llevó al hombre hasta el único taller mecánico importante que había en el pueblo. El tano Antonio, su dueño, lo recibió sin hacerle preguntas y le dio trabajo porque  leyó en el fondo de esa mirada  joven y desamparada que  necesitaba ayuda, que estaba desorientado y muy afligido.
Comenzó a trabajar en el taller ese mismo día y pronto demostró una dedicación casi obsesiva. Se levantaba al alba y el atardecer lo sorprendía agotado y sereno. Aprendió a manejar el idioma con más fluidez, ya podía conversar con los clientes del taller sin sentirse demasiado torpe y no parecía molestarle que le llamaran “Alemán” con tanta familiaridad.
Mientras tanto, iba y venía de su casa al taller. Sus progresos eran sorprendentes. El Tano estaba contento y también Francisca, su vecina la Gallega, que al fin había logrado derribar la valla de silencio, ya podía  ser útil y de paso enterarse de los más mínimos detalles de la vida del hombre. Sus intenciones eran sanas,  siempre tenía a mano una bolsa de verduras de su huerta, algún frasco de dulce, algún litro de leche recién ordeñada. Decía que le daba pena que estuviera tan solo. El hombre sonreía agradecido.
Mientras, la vida continuó su andar pausado en el pueblo. El verano lo envolvió en torbellinos de viento norte caliente, como bocanadas de fuego puro. Los pájaros sólo cantaban al alba y al atardecer.
La noche de Navidad el Tano Antonio lo llevó a su casa, lo sentó a la mesa familiar, su mujer le entregó un regalo. El “Alemán” se emocionó al recibirlo.  


3

Helena traía los cabellos atados atrás con una cinta inmaculadamente blanca y caminaba apresurada sobre la alfombra color oro viejo que se extendía sobre las veredas. Las hojas que aún quedaban en las ramas ya no mostraban su esplendor verdoso en esa mañana fresca y amarillenta en que, al doblar una esquina, chocó de frente con el hombre que vino de Europa. Sus mejillas se cubrieron de un rojo intenso y su  mirada oscura y asombrada quedó prendida de la  gris azulada de él.
El encuentro fue casual pero también un mandato del destino. Ella lo sintió como un  milagro y él sintió que estaba vivo  porque el corazón le golpeó fuerte dentro del pecho. En los meses que siguieron, Helena navegó entre nubes algodonosas. Él quiso ver el futuro pintado en los ojos de ella.
En la primavera, ella parecía un hada envuelta en tules cuando entraron a la Iglesia. Su felicidad era completa.  Él pensó que ahora podía mirar hacia adelante y contagiarse de la confianza en la vida que adivinaba sincera en esa gente sencilla.  Antonio y su mujer Rossina, fueron los padrinos de la boda. La “Gallega” hizo la torta y la familia de Helena preparó la fiesta.
Pero la  abuela no estaba nada contenta con lo que veía. Demasiada tensión en ese cuerpo de hombre joven, en ese rostro hermoso, en esa mirada que busca y no encuentra, como si una convulsión violenta a punto de estallar golpeara con furia desde adentro para arremeter contra esa soledad profunda y oscura  que guarda el horror de las cicatrices que  su cuerpo no muestra.

4

La casita desnuda y silenciosa de las afueras del pueblo tenía un habitante más. Helena despertaba en el joven una pasión honda y sincera. La ternura  que le inspiraba era la mayor que hubiera sentido jamás. Para Helena el amor estaba allí, al su lado de ese hombre que de Europa vino.
Él era un trabajador incansable. Trabajaba y trabajaba sin parar, sin sentir los rigores del clima y sin pensar en nada más que en su presente.  Los días transcurrían veloces y el espacio que habitaban mejoraba notablemente. Su rostro, ahora quemado por el sol y la mirada de sus ojos grises, que se habían vuelto atentos, lo hacía un hombre atractivo. Helena, orgullosa y confiada, construía una familia.

5

Un enero somnoliento les  anunció un hijo. Con paciente ternura Helena había convertido la casa en un hogar para los dos,  las tenues cortinas  de las ventanas separaban el interior del agobiante calor de afuera. – Con el niño toda va a ser mejor – soñaba mientras sacudía el polvo que se depositaba terco en los muebles.
Había notado al hombre nervioso e inquieto en los últimos días, pero lo atribuyó a los rigores del verano, siempre insoportable  por esa época. Él, mientras tanto, trabajaba con ahínco en el taller. Andaba taciturno y desencajado.- ¿Qué anda pasando, gringo? – le preguntó el “Tano” - ¿Te preocupa el hijo?
-       Sí, debe ser eso – le contestó y siguió trabajando.
Antonio supo que la respuesta no era sincera. Al atardecer, cuando hubo terminado su tarea, el “Alemán”  se despidió y emprendió el camino de regreso a su casa. Como tantas otras tardes, desde hacía un mes, se detuvo ante una  construcción recientemente terminada. Era una Iglesia, como las que se ven en las postales alemanas. Coloridos vitraux adornaban sus ventanas y puertas. La  torre se elevaba majestuosa, acariciando la transparencia del cielo. Un hombre alto, delgado y vigoroso impartía órdenes a los trabajadores en el idioma que él tan bien conocía. Se movía con un  andar enérgico entre los canteros del jardín que, rápidamente, se poblaban  de flores y alegraban la entrada bordeada de pinos azules.
Se parecía  mucho al padre que partió de su lado y nunca regresó. Un cosquilleo de inquietud lo agitó y el  desasosiego volvió a anidarse en su alma.
La que él llamó felicidad sólo había sido una tregua que estaba perdiendo consistencia. El amor y la preocupación de Helena ya no eran suficientes, Le dolía el niño que iba a nacer. Se sentía responsable, sin fuerzas, vencido, lo atormentaba la idea de que no quedaba sitio para él en el mundo.

6

Una noche, a horas muy avanzadas, Helena se despertó y no lo encontró a su lado en la cama. Asustada, se levantó a buscarlo. Lo halló sentado en el viejo sillón de cuero del comedor apenas iluminado por la luz de la luna, con la mirada perdida en un punto distante. Parecía lejano e inalcanzable.
Con su habitual ternura, Helena intentó acercarse a él pero fue rechazada bruscamente. Esa fue la primera manifestación concreta de irritable violencia en él.  Ella lo miró desconcertada por algunos segundos y guardó silencio. Al amanecer lo escuchó salir de la casa.
 Antonio también estaba preocupado. El “Alemán”  había levantado una barrera callada entre los dos. Trabajo y silencio, todo el día. Una semana después, Helena fue a ver al padre Esteban con feas marcas de golpes en el rostro bañado por las lágrimas. Él era el cura que los había casado y no pudo evitar el escozor culpable que le quemaba en la boca del estómago. Helena era una buena chica del pueblo, simple y directa. Él la había visto crecer y le enseñó el catecismo antes de darle la comunión. Esa mujer pálida,  angustiada, golpeada, era apenas una sombra de aquella niña. Trató de llevarle un poco de alivio a su alma. - Confíá en Dios y pensá en tu hijo – le dijo
Helena no quiso que su abuela lo supiera y decidió que la visitaría sólo cuando se borraran las marcas que el hombre había dejado en sus brazos y en su rostro 

7

Helena tardó un tiempo en tomar conciencia de que su vida junto al hombre que vino de Europa  había comenzado el lento camino hacia el fin  la misma noche en que él la rechazó por primera vez y que ya no habría retorno porque las pesadillas que torturaban sus noches y los gritos desgarradores que se escuchaban en todo  el vecindario lo habían arrancado de su lado. La desesperación que lo despertaba bañado en un sudor frío; el miedo que le provocaba temblores de espanto y esos murmullos en un idioma  que Helena no entendía emergiendo de sus labios resecos se abrían y cerraban dolorosamente eran las manifestaciones del mal  que se agigantaba y se tornó monstruoso con el transcurrir del invierno.
Antonio se dio cuenta de que su  amistad y su paciencia de ya no servían, pero no quiso rendirse todavía. – Gringo – le dijo - No estás solo, Helena te quiere y está sufriendo por vos. Pronto va a nacer tu hijo – la voz de don Antonio se perdió en un susurro. El hombre  ya no lo miraba, sus ojos se dirigían obstinadamente hacia adelante, buscando un punto perdido en la lejanía.
La gente del barrio no quiso ser indiferente  y tomó partido. La abuela se  llevó a su nieta lejos de allí y el hombre que había venido de Europa se encerró en la casa.

8

Helena había dejado de pertenecer al universo consciente  de su marido antes de marcharse de la casa. Él, como en un sueño, miraba sin ver la lejanía… los gritos cesaron, el silencio se hizo aterrador. La gente evitaba caminar por la vereda de esa casa cerrada y tenebrosa.
Cuentan los vecinos que un día salió de allí  y que no regresó. Alguien comentó que lo habían visto andar lento, con los hombros abatidos. El viento del norte  sacudía implacable su largo pelo rubio…
¡Pobre… era un buen tipo! – dijeron en el pueblo cuando encontraron su cuerpo.
El   hombre que de Europa vino había puesto fin a su vida en un recodo del camino, cerquita de la casuarina que marca el inicio del sendero que va al cementerio, una mañana radiante de domingo.
El sol tibio y el cielo profundamente azul hacían de marco conmovedor a la libertad de los pájaros que, alegres y despreocupados, revoloteaban entre las hojas intensamente verdes, todo estaba en paz, sólo él no pudo apreciarlo tal vez porque había empezado a  reencontrarse con su  pueblo antes de que lo envolvieran las llamas ondulantes, con su casa como era antes de ser destruida, con su madre, sus hermanos, su infancia …


FIN


DE CAMINO HACIA ALLÁ