lunes, 1 de agosto de 2016

GATO


MI GATO, EL QUE SE  LLAMÓ GATO

 “La pucha con el hombre - decía Jacinto Piedra  -, querer ser tantas cosas y nunca es más que cuando tan sólo es él” y hoy me puse a pensar que bien se podría aplicar  el  sentido de esos versos a mi Gato, el mismo  que un buen día de fin de verano de hace ya unos cuantos  años apareció en nuestro patio con la decisión tomada de quedarse a vivir con nosotros.
El era un gato y casi  seguro  no dudaba de su identidad. Sin embargo, a veces creyéndose  un  león  se internaba  en el pastizal serrano que las lluvias tan abundantes de este tiempo hacen crecer sin pausa.
Acechaba a su presa por días y días sin volver a casa. Salíamos a buscarlo pero él tenía un gran talento para permanecer oculto hasta que regresaba pidiendo comida.
Otras veces se veía a  sí mismo como un pandillero  y  cruzaba la calle  "con ese tumbao que tienen los guapos al caminar”, mostrándose orgulloso ante los otros gatos de la cuadra. 
Pero lo más llamativo en él  y lo que lo hacía único, es que  se sabía  parrandero y cantor. Cerca del amanecer se lo escuchaba cantar a voz en cuello mientras regresaba de su  aventura nocturna. Con su canto  invitaba a  las rosas a diseminar su  aroma por todo jardín. Para él,  la vida misma era una canción.  .
Como no le pusimos nombre, tenía libertad para ser lo que quisiera  y, a la vez, ser él mismo cuando le llamábamos Gato: tierno y seductor, osado gozador de instantes, salvaje, apasionado, único.
Se bebió sus siete vidas de un trago. Todavía  extrañamos su presencia efímera provocando aleteos  felices en nuestros corazones cuando su canto mojado de rocío despertaba el aroma de las rosas para evitar que  mueran de espanto la esperanza, la luz y la alegría.


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