GATO
MI GATO, EL QUE SE LLAMÓ GATO
“La pucha con el hombre - decía Jacinto
Piedra -, querer ser tantas cosas y
nunca es más que cuando tan sólo es él” y hoy me puse a pensar que bien se
podría aplicar el sentido de esos versos a mi Gato, el mismo que un buen día de fin de verano de hace ya unos cuantos años apareció en nuestro patio con la
decisión tomada de quedarse a vivir con nosotros.
El era un gato y casi seguro no dudaba de su identidad. Sin embargo, a
veces creyéndose un león se internaba en el pastizal serrano que las lluvias tan
abundantes de este tiempo hacen crecer sin pausa.
Acechaba a su presa por días y
días sin volver a casa. Salíamos a buscarlo pero él tenía un gran talento para
permanecer oculto hasta que regresaba pidiendo comida.
Otras veces se veía a sí mismo como un pandillero y
cruzaba la calle "con ese
tumbao que tienen los guapos al caminar”, mostrándose orgulloso ante los otros
gatos de la cuadra.
Pero lo más llamativo en
él y lo que lo hacía único, es que se sabía
parrandero y cantor. Cerca del amanecer se lo escuchaba cantar
a voz en cuello mientras regresaba de su aventura nocturna. Con su canto invitaba a
las rosas a diseminar su aroma
por todo jardín. Para él, la vida misma
era una canción. .
Como no le pusimos nombre,
tenía libertad para ser lo que quisiera
y, a la vez, ser él mismo cuando le llamábamos Gato: tierno y seductor, osado gozador de instantes, salvaje,
apasionado, único.
Se bebió sus
siete vidas de un trago. Todavía
extrañamos su presencia efímera provocando aleteos felices en nuestros corazones cuando su canto
mojado de rocío despertaba el aroma de las rosas para evitar que mueran de espanto la esperanza, la luz y la
alegría.
|
lunes, 1 de agosto de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario